Una luz se apaga y otra se enciende dentro de mi

He pensado muchísimo como empezar, pues me gusta poner en palabras mis sentimientos, pero son tantos, tan confusos e intensos, que siempre sobrepaso los límites “normales”, cosa que mi padre siempre me advertía: “mi vida, las personas después de un tiempo se aburren, trata de sintetizar”. Espero poder honrarte papá, pero qué difícil tarea en este arduo momento.

Como psicóloga clínica trabajo directamente con el dolor ajeno, con las pérdidas y con el sufrimiento. Hablo abiertamente sobre la importancia de sentir el dolor, de abrazarlo, de entenderlo y de aceptarlo para conseguir el bienestar. Qué fácil suena, hasta que te toca vivirlo.

Nadie conoce la batalla del vecino a menos que la viva en carne propia, y aún así, cada batalla es individual y es vivida de una manera única, y, la muerte, no se queda atrás.

Muerte. Una palabra temida por muchos, celebrada por otros y confusa para la mayoría. Una palabra corta con una larga implicación. Un suceso adaptativo y natural que puede ser entendido de manera racional, pero que de manera emocional no se logra comprender.

Hace 10 días perdí a mi papá. Lo escribo y aún no lo creo. Absolutamente nadie está preparado para recibir la noticia de la muerte de un ser querido.  Resulta algo tan incierto, que no sabemos cómo vamos a reaccionar, qué vamos a sentir, cómo nos vamos a comportar y cómo lo vamos a asimilar.

La relación que cada persona tenía con el fallecido es completamente distinta, y aún cuando se comparta un sufrimiento, cada dolor es único y dependerá del vínculo que se haya establecido con esa persona y de lo que cada uno pierde cuando esa persona se va.

También es completamente cierto que no existen palabras que alivien el dolor. Sin embargo, he recibido mensajes cargados de amor que no únicamente hablan de lo maravilloso que fue mi padre, sino del legado que deja. Ver como personas de todas las edades perciben la muerte y lo perciben a él, ha sido algo alentador.

Ahora viene la gran paradoja. Dentro de mi está creciendo una de las vidas más importantes, mientras que, por otro lado, otra de las vidas más importantes, se apaga, muere, se desvanece.

Este virus al que tanto le tememos, al que tanto respetamos y del que tanto nos alejamos, llegó un día y tocó la puerta de mi hogar; un hogar que cumplía aparentemente con todas las normas de bioseguridad; un hogar que se encontraba cuidando principalmente de él, de nuestro guerrero que se encontraba luchando una fuerte batalla contra sus riñones. Y nuevamente llega la paradoja, cuidamos de él hasta el final, pero el virus lo encontró primero, lo sacudió, lo intubó, y se lo llevó.

Nada de lo que hagamos puede revertir hechos como este. No sé si el destino realmente está escrito o simplemente así es la vida. Lo anterior me hace cuestionar muchas cosas, porque duele, y duele bastante.

Duele tanto que hay que buscar culpables. Duele tanto que cuando no hay culpables externos se comienza a buscar la culpa interna. Duele tanto que hay que buscar explicaciones. Duele tanto que hay que enfocarse en el famoso pero aterrador “hubiera”.

Pero como siempre le decía a mi papá: “papito, el hubiera solo existe en nuestro imaginario”. El hubiera es una utopía. El hubiera no es real y cuando entendemos eso, logramos pasar al siguiente paso.

He tratado de reflexionar muchísimo, he dado cuenta que no puedo ni buscar culpables ni sentir culpa. Hoy solo puedo agradecer que pude decirle y demostrarle, en vida, todo lo que quería. Pude agradecerle por haberme dado todo y más de lo que algún día pude soñar.

Vivir un duelo estando embarazada es algo que jamás en mi vida imaginé. Sin embargo, esta es mi realidad y así lo tengo que vivir. Por eso, todos los días me sobo la barriga, le hablo a mi bebé y le explico el por qué de mi tristeza, le hago saber que no tiene nada que ver con su llegada y le pido que me acompañe.

No lo quiero engañar; quiero enseñarle desde ya que la vida es difícil; que la vida está llena de pérdidas, pero que juntos y con amor, podemos superar todas las adversidades.

He decidido llamarlo: Luca. Nombre proveniente del latín “Lucius” que significa luz o del griego “Leukos” que significa brillante o el que resplandece, tal como esta luz y esta vida que nace y se enciende dentro de mi, mientras que la luz de mi padre se apaga. Así mismo, Lucca es una ciudad italiana situada en la región de la Toscana. Región que tuve la oportunidad de conocer con mi padre quien siempre llevaba con orgullo su estirpe italiana.

Espero estas palabras puedan servirle a quienes han pasado o están pasando por una situación similar. Afrontar este tipo de situaciones toma tiempo, coraje, valentía y fortaleza.

Los invito a que no repriman lo que sienten. Abracen su dolor, escúchenlo. Trabajen con su culpa, reconcíliense con ella y vivan el proceso con sus altos y sus bajos. El duelo es un proceso duro que toma tiempo, su propio tiempo. Dénselo y verán cómo logran salir adelante más fuertes y transformados.

Por último, me gustaría compartirles una de las frases favoritas de mi padre, tomado de las palabras del gran director Roberto Benigni: a pesar de todo, la vita è bella.

Publicado por Francesca Mancini

Embarazo, Maternidad y Psicología.

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